En oración de madrugada, medito mi apego al dinero y todos los bienes materiales de que dispongo.
Frente a Jesús en la Cruz, pido ayuda para desprenderme de ellos, para compartir más de lo que ya comparto.
Pero el hombre de la cruz me dice, sin decirlo:
«Yo no quiero tu dinero, ni tu poder, ni tu fuerza, yo quiero tu sufrimiento, tus desgracias, tus sinsabores, tus fracasos, tus tropiezos.»
Los ojos se me llenan de lágrimas, cuando atisbo la grandeza del corazón de un hombre que, torturado en la cruz, piensa más en mis pequeñas penas que en las suyas.