Tras poner en casa una nueva caldera, vienen tres albañiles para rematar el hueco de la chimenea. Es viernes por la tarde y les agradezco que hayan podido venir, pues anuncian lluvia y nieve, y hay un hueco abierto a la calle.Llegan con horas de retraso, por ir a buscar una escalera y por el tráfico, pero ya están aquí.
Les trato lo mejor que puedo, expresando mi agradecimiento, acompañándolos y ayudando con lo que puedo.
Dos de ellos son rumanos y otro es español. Este último me pide ir al baño. Al terminar deja la puerta abierta y la mitad de la casa se inunda de un intenso olor, que todos fingimos no percibir, continuando con nuestra charla.
No trabajan con demasiado cuidado, y, aunque han puesto algunas lonas de protección, el suelo acaba salpicado de yeso, que es complicado de quitar. Lo empiezan a limpiar, pero quedo en terminarlo yo, ya es tarde y viven lejos.
Les hago notar que la inclinación de la chimenea es hacia fuera, cuando debe ser hacia dentro, pero me dicen que así es como debe estar.
Terminan y los acompaño al coche. Les doy una buena propina, que el oficial intenta devolverme, pero insisto.
Al marcharse descubro “regalos” que han dejado detrás del coche, justo frente a mi casa: han vaciado su cenicero, dejando una montañita de colillas. También han dejado en la acera unas botellitas pequeñas de whisky, y también han orinado detrás del coche. Debió ser al llegar, dudando si les dejaría usar el baño.
Limpio la acera con una tranquilidad grande y sin arrepentirme de haberles dado una propina. Este no soy el yo que conozco, sino otro yo poseído de un buen espíritu. Un yo paciente y comprensivo que trata a tres desconocidos como si fueran familia cercana. No es un mérito mío, es un regalo que hoy recibo consistente en ver en estos prójimos con cariño y comprensión, como si fueran un hermano, un hijo o un buen amigo.
Luego limpio el suelo dentro de casa. Y unos días después el supervisor viene a cambiar la chimenea, pues vio en la foto que tenía mal la inclinación. Pero no me enfado.
Éste ha sido el milagro de hoy. Qué pena no poder mantener en casa este buen espíritu de hoy, y dejarme dominar tantas veces por el orgullo, la impaciencia o el mal humor.
