Cuando Dios me niega un negocio que deseo, un dinero por el que he luchado, me hace un poquito más pobre de lo que yo quería ser. Esto me ayuda a ver mejor todo lo que tengo y entender lo mucho que me sobra y a valorar todo lo muchísimo que tengo.
Pero además me desprende de un daño mayor: el del orgullo y el prestigio que buscaba detrás del dinero, y que pesan más en mi corazón y de los que con más dificultad me desprendo.
¡Cuantas veces en las discusiones decimos: no es por el dinero!, … y ¡cuánta razón tenemos!. Es por algo mucho peor, por el orgullo, consideraciones y respetos que creemos merecer sin motivo alguno.