¿Porqué Dios se nos oculta, y no podemos hablar con Él abiertamente?
Habría más fe en Dios si se le pudiera visitar en un refugio en la montaña. Donde todos los ejércitos de la tierra fueran derrotados por Él. Donde todos los científicos encontraran sus respuestas, todos los filósofos resolvieran sus dudas y todos los enfermos fueran curados. Donde se manifestaran desafíos a las leyes de la naturaleza que mostraran a las claras su poder, su fuerza, su dominio sobre toda la creación. Donde se pronunciaran profecías que se cumplirían de forma inexcusable. Donde se aclararan los misterios de la historia pasada y el origen y la solución de todas las enfermedades y males.
Él nos traspasaría con su mirada, reconocería nuestros pensamientos más íntimos y nuestros secretos más escondidos. Nos indicaría el sentido de nuestro papel en el mundo y su amorosa y profunda presencia nos llenaría de paz y seguridad.
Nos hablaría de nuestros seres queridos que ya se han ido. Incluso podríamos conversar con ellos.
Nos procuraría panes que se multiplicarían y medicinas que nos curarían para repartir donde hiciera falta.
El Dios imaginado
Pensar que esta manifestación divina es la más conveniente, supone proyectar sobre Dios lo que nosotros pensamos que es, y lo que debería hacer. Lo que nosotros mismos haríamos con poder.
Somos como una hormiga en una fila que no puede comprender a quien la mira desde arriba. Que no entiende su lenguaje, ni mucho menos puede imaginar lo que hay a su alrededor. Las metas y ansias de esta hormiga son la comida y la supervivencia. No puede ni atisbar los matices de las comidas del hombre, ni lo refinado de su arte, ni lo intrincado de su ciencia, ni los cuidados y el cariño que puede tener con sus semejantes.
Es decir; que ante un ser infinito y bueno, tenemos que admitir nuestra ignorancia y confiar. Confiar como una torpe oveja, en su pastor.
Poquísimo podemos decir o saber del Dios todopoderoso. Cuando se mostró con poder a Moisés en el monte Horeb, con fuego y con truenos, el pueblo se alejó asustado e hizo su propio ídolo de metal.
Esa imagen del Dios poderoso y solucionador de nuestras preocupaciones, puede ser un pensamiento nuestro, pero no es Dios. Ni nada que pensemos puede serlo.
El Dios eficiente
Si Dios se nos manifestara de esta manera ¿habría más fe en la tierra? Nadie podría dudar del poder de este morador de la montaña. Pero ¿nos comportaríamos todos mejor, seríamos más humildes con Dios y con el prójimo, nos entregaríamos más a hacernos mejores? ¿estaríamos más cerca de Dios?
Sin duda no.
Si Dios fuera como se ha descrito al principio, la delincuencia seguiría existiendo, pues la fe no es creer en Dios, sino querer seguirle. Tendríamos una falsa imagen del poder de Dios, fuera de nuestro corazón, como perfecto juez y rey, artesano y médico. Acercarnos a Él sería querer ser poderoso y sabio.
Dios no quiere ser nuestro jefe militar, ni nuestro médico en la tierra, ni el perfecto científico. Tampoco quiere de nosotros que seamos soldados de su ejército, o simples seguidores de su doctrina, aprendices de su ciencia, ni estudiosos de sus profecías.
Todo lo que siempre nos ha contado, no encaja con este Dios que nos gustaría, o que pensamos sería mejor.
El Dios pastor
No sabemos donde nos quiere llevar Dios. No podemos ni imaginarlo. Pero sí podemos dejarnos llevar. Eso sí nos lo ha explicado de muchas formas y maneras en el Antiguo y Nuevo Testamento: confiando en Él. Teniendo la certeza de que nos lleva de la mano, por el mejor camino posible, a nuestro destino junto a Él.
Dios necesita de nuestra fe. Una fe que no es sólo la repetición y aceptación de unos dogmas, no es sólo creer que está ahí, sino, principalmente, renunciar a que las cosas se hagan como nosotros queremos, a ir por nuestro camino, confiar en que Él está muy por encima de nuestra razón y de nuestros anhelos y de nuestros sentimientos. En definitiva aceptar nuestro papel de oveja perdida, necesitada de guía protector. Aceptar la compañía íntima de Dios a la que sí tenemos acceso. Reconocer el poder que ha tenido en crearnos y mantenernos.
El Dios visible
Dios sí que es visible. Su rastro en la Escritura y su huella en la naturaleza nos hablan a gritos de alguien que nos ha hecho y nos quiere. Que nos ha puesto un lugar en medio de un espacio vacío. Que nos protege de infinitos males naturales. Que ha hecho leyes de la naturaleza y ha provocado un universo en el que somos posibles.
Dios no nos puede explicar todo lo que vemos, ni mucho menos, todo lo que Él es. Nos ha dado una guía para llegar hasta él, no una enciclopedia de cómo es Él.
Dios nos habla a gritos en nuestro interior. Donde nos ha inscrito ansia de inmortalidad, de paz, de justicia, de ser queridos y unirnos a nuestros semejantes.
El Dios visible es el que lava los pies a los que ama, el que sufre con nosotros, el que reaparece tras el desastre, el que nos inspira el bien. El que habita en nuestro interior y nos inspira lo mejor. Ahí nos quiere conquistar, ahí puede reinar visible y con poder. Sólo si nosotros lo permitimos.
El Dios olvidado
Dios quiere que, en cualquier situación, confiemos en Él. El Dios visible y poderoso que podemos desear, no es Dios. Nos engañaría respecto a lo que es su naturaleza y su intención con nosotros.
Quien olvida hoy a Dios, se obceca en creer que su razón, su criterio, su intuición, su sentimiento, la ciencia, el hombre en su conjunto o su experiencia, están por encima de las recomendaciones que Dios nos hace.
Olvidar a Dios en nuestra vida, no es la incapacidad de creer en Él. Sino el convencimiento de que mis razones están por encima del Dios que nos quiere, de sus inspiraciones y mensajes, que llegan al corazón con la claridad de la luz del mediodía.
EN RESUMEN: Dios no se esconde. Nosotros le buscamos donde no está. No podemos encontrarle, sino acercarnos a Él descalzos y perdidos, dejándonos guiar como un buen pastor.
La fe viva no es creencia, ni sentimiento, ni deseo, sino la decisión sobre quien guía nuestra vida.