Estoy de guardia hoy en el sollado, con más de 50 literas en las que dormimos los que hacemos el servicio militar. Vigilo que nadie se escape de la instrucción y venga aquí a descansar o apropiarse de algo ajeno.
Una celadora limpia la estancia y los baños.
De pronto descubro que tengo el pantalón roto. Justamente en el medio de la parte trasera, donde la espalda cambia de nombre.
Es un desastre, el roto de la costura es grande y muy visible. Nos dieron sólo este pantalón y no tengo repuesto. Me pongo el pantalón de faena, pero esto sólo puede durar un rato. En cuanto me vean seré reprendido.
Miro a la aguja e hilo que nos han dado, pensando que esto lo han hecho intencionadamente, que nos han dado unos pantalones mal cosidos, para ponernos a prueba, pero nunca he cosido y no sé ni enhebrar bien la aguja.
Noto que la celadora me mira y trato de mostrarme torpe y angustiado. No me atrevo a pedirle ayuda. Es mayor que yo e imagino que nos ve como universitarios pijos de la capital, que vienen a hacerse los valientes, mientras a ella le toca limpiar nuestros cuartos.
Pero me equivoco: me ofrece su ayuda y, con un envidiable maña, cose el pantalón en pocos minutos. Recuerdo la puntada que da: antes de que el hilo termine de cerrarse sobre la tela, mete la aguja en el lazo que se está cerrando, añadiendo un nudo que le da más fuerza. Le dí las gracias, pero con menos énfasis del que correspondía a esta ayuda.
Hoy, treinta años después, he repetido esa puntada. He salido de casa, he dado un paseo hasta una Bicimad y he llegado a la parroquia en una hora tranquila, fuera de la misa. He entrado en la sacristía y he cosido la cremallera del alba de un sacerdote. Lleva unos días descosida y cada día más abierto el roto. Como yo no me doy tanta maña, cuando voy a cerrar la cremallera, se topa con mis gruesas y torpes puntadas y tengo que cortar y volver a coser más lejos de la cremallera.
Me marcho sin que nadie me vea. La bici sigue en la puerta y vuelvo a casa. Éxito en mi acción militar, sigilosa y precisa. El sacerdote, que es bastante despistado, creo que no se dará cuenta del “milagro”, y así habré hecho una buena acción sin que nadie me lo reconozca. ¡Misión cumplida!
Rezo por aquella celadora.