El cuerpo místico de Cristo, necesita del carisma del Carmelo para ser fiel a su esposo. Y cada cristiano necesita en su sangre un poco de este suero.
¿Puede un soldado ir a la batalla sin instrucción?, ¿o un corredor competir sin haberse preparado?. La vocación cristiana de amar a los enemigos y de renunciar a la voluntad propia, y hasta a la propia vida, por seguir a Cristo, requiere un entrenamiento. Nuestras fuerzas no bastan, claro, somos un sarmiento de la vid, pero son necesarias.
Debemos manifestar con cuerpo y alma que renunciamos al mundo para elegir a Dios. Y esto es la penitencia: renunciar a algo bueno, para ganar algo mejor. Renunciar a lo accesorio para llegar a lo importante.
2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido»(San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Sin duda la penitencia debe surgir del interior, pero manifestarse al exterior.
1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar,
a las obras exteriores «el saco y la ceniza»,
los ayunos y las mortificaciones,
sino a la conversión del corazón, la penitencia interior.
Sin ella las obras de penitencia
permanecen estériles y engañosas;
por el contrario, la conversión interior impulsa
a la expresión de esta actitud por medio
de signos visibles, gestos y obras de penitencia.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Vale más la penitencia impuesta que la que elegimos nosotros. Bien decía San Juan de la Cruz:
181 Mejor es vencerse en la lengua que ayunar a pan y agua.
182 Mejor es sufrir por Dios que hacer milagros
SAN JUAN DE LA CRUZ, DICHOS DE LUZ Y AMOR
Por eso cualquier imposición que nos hagamos no debe ir ni contra nuestra salud, ni contra nuestros deberes, ni contra nuestro buen humor.
La renuncia nos entrena para ceder ante nuestros hermanos y afrontar dificultades, para poner nuestros deseos y bienes al servicio de la comunidad y de Dios.
Pero la austeridad cristiana tiene una aspiración más alta que la de un entrenamiento educativo o cívico: nos acerca a Dios desde nuestra debilidad.
Jesús pasó 40 días de ayuno en el desierto. Y rezó muchas veces de noche. Baste este ejemplo para los que nos llamemos seguidores de Jesús. Debemos meditar y aprender de cada uno de sus ejemplos.
La forma de vida del Carmelo, no es un reto deportivo que se acometa con la sola voluntad de nuestras fuerzas. Sino que es una llamada a los que Dios quiere acercarse por este camino.
Recordemos siempre que la penitencia es un medio, y no un fin. Pero un medio necesario, un medio irrenunciable.
La Regla de San Alberto impone dos muy concretas: ayuno desde la exaltación de la Santa Cruz (14 de Septiembre) hasta Pascua y abstinencia de carne. Perfectamente realizables hoy en día, cuando la oferta de alimento es variada y muy presente y cuando hay más dolencias causadas por el exceso que por la carencia, estas normas son recomendables para el equilibrio de nuestro cuerpo, para disfrutar más de comidas muy sencillas, tener más salud, templarnos y moderarnos. Encontramos incluso más placer en el hambre como mejor ingrediente para disfrutar de comidas más escasas y básicas. Para valorar todo lo que Dios nos da.
El mismo San Alberto enumera mitigaciones de estas normas. Deben servirnos para abrirnos los ojos, no para cerrarlos. Y ser una purificación y suave carga para nosotros, nunca para otros.
Estas dos penitencias no son el destino, pero sí son el camino del carmelita.