La Pobreza: Las Bienaventuranzas

La Regla nos invita a no poseer nada, con la excepción de lo que sustenta nuestra vida. En la residencia urbana del siglo XXI necesitamos tener una cuenta a nuestro nombre, o una línea de teléfono, si queremos mantener una familia y una vida social.

Pero sería malo negar esta aspiración, rebajar el listón y dejar de escuchar que nuestro corazón nos pide vivir con poco y compartir mucho.

Debemos adaptar esta invitación a nuestro tiempo: dar hasta que duela, siempre atentos a quien lo necesite, poner todo lo que tengamos al servicio de Dios, de la Iglesia y del prójimo.

Este equilibrio entre lo que me guardo y lo que doy, es un combate contínuo y difícil, que no debemos rehuir con la excusa de no poder darlo todo. Un martirio diario entregado en pequeñas gotas de sangre y sudor.

La desnudez en lo material es el mejor antídoto contra el extendido y poderoso veneno del exceso, manifestación actual del apego material.

El límite de nuestra pobreza lo deben marcar la salud, el buen humor y la atención a nuestras reales y legítimas obligaciones.

¿Es antiguo buscar la pobreza, la renuncia, el ayuno? Es tan antiguo como cualquier religión. Más antiguo era vivir sin Dios.

Pero en la espiritualidad no se distingue entre antiguo y nuevo, sino entre bueno y malo. Y Jesús no puede ser más claro. Hablando y viviendo nos dijo:


Bienaventurados los pobres,

porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre,

porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres,

 y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre

por causa del Hijo del hombre. 

Alegraos ese día y saltad de gozo,

porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

LUCAS 6, 21-23

¿Nos habla el Señor de pobreza interior o material? ¡De las dos sin duda! ¿Hambre de justicia o de comida? ¡Ambas son buenas para el cuerpo y el alma! No pongamos excusas ni rebajemos la exigencia, pidamos ayuda, sabiéndonos débiles, reconociendo que nuestras fuerzas no son suficientes para el camino, como hizo Elías en 1 Reyes 19,3-8.

544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para «anunciar la Buena Nueva a los pobres» (Lc 4, 18). Los declara bienaventurados porque de «ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,3); a los «pequeños» es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes. Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed, y la privación. Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La Iglesia (…) impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso en la Resurreción.

TERTULIANO, APOLOGETICUM
50,13 CCL 1, 171(PL 1, 603)

La pobreza nos aporta equilibrio. La ecología, nos habla del daño que hacemos al planeta al consumir mucho. La justicia social, sabe que el exceso de unos, dentro del mundo, provoca la explotación de otros. La medicina sabe que la salud se resiente cuando nos pasamos comiendo; son más las enfermedades que provoca el exceso, que las que provoca la carencia.

Hay más placer, espiritual y físico, y más belleza, en acabarse el plato con hambre, rebañando con un trozo de pan. Que en saciarse de sofisticadas preparaciones gastronómicas, mientras sólo picoteamos el pan como adorno junto a nuestro plato.

Más importante: la pobreza es enriquecer el alma con nuestra debilidad e inseguridad. Dar lo que nos sobra a los demás, es la mejor forma de desprendernos. Pero, si no hubiera con quien compartir, también debíamos ser pobres, porque Jesucristo fue pobre. Porque la pobreza aplaca nuestra avaricia material y espiritual, nos equilibra con nuestro entorno y con Dios.

La pobreza que se nos pide señala un estado y marca una dirección. No nos turbemos por los bienes que Dios nos da. Pero caminemos en esa dirección, no en la de hacernos una vida a nuestra medida.

Lo más importante: la pobreza es un requisito del alma de fe. Jesús se nos muestra pobre, para que nosotros nos hagamos ovejas necesitadas de Él, como pastor. Si se nos hubiera mostrado como guerrero, o poderoso, o sabio-científico nos habría llevado por el erróneo camino de querer salvarnos con un conocimiento o una técnica o una fuerza. Sólo nos salva Dios, cuando, reconociendo nuestra pobreza, nos aferramos a su mano. Es un camino al alcance de todos, pues la pobreza está siempre a nuestro alcance.

Y conviene mucho para haber de entrar a las segundas moradas que procure dar de mano a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado…

SANTA TERESA DE JESÚS, CASTILLO INTERIOR,
MORADAS PRIMERAS, CAPÍTULO 2,14

Viene a una persona rica, sin hijos, ni para quien querer la hacienda, una falta de ella; mas no es de manera que en lo que le queda le puede faltar lo necesario para sí y para su casa, y sobrado. Si éste anduviese con tanto desasosiego e inquietud como si no le quedara un pan que comer, ¿Cómo ha de pedirle nuestro Señor que lo deje todo por Él? Aquí entra el que lo siente porque lo quiere para los pobres; yo creo que quiere más Dios que yo me conforme con lo que su Majestad hace y, aunque lo procure, tenga quieta mi alma, que no esta caridad (…) entienda que le falta esta libertad de espíritu, y con esto se dispondrá para que el Señor se la dé, …

Tiene una persona bien de comer y aún sobrado; ofrécesele poder adquirir más hacienda: tomarlo, si se lo dan, ¡enhorabuena!, pase; mas procurarlo y, después de tenerlo, procurar más y más, tenga cuan buena intención quisiere, …

SANTA TERESA DE JESÚS, CASTILLO INTERIOR,
MORADAS TERCERAS, CAPÍTULO 2,4