Siempre imaginé mis acciones como bolas que salían de un bombo. Las buenas eran blancas, y las negras representaban los pecados.
Ahora entiendo que ninguna es del todo de un sólo color. No creo que haya alguna negra del todo, oscura hasta dentro de su corazón, con intención de sólo dañar y de rechazar a Dios y sus consejos.
Pero tampoco creo que haya tenido en mi vida una sola bola blanca del todo. Una acción completamente desinteresada y sacrificada, sino que hasta las buenas acciones están algo manchadas de mi orgullo, buscando algo de reconocimiento, de recompensa, de paz por haber cumplido con sólo esta acción, de no reconocer que está inspirada y hecha por Dios, en lo que es buena.
Es como si en el bombo de nuestro corazón, de nuestras miserias, las bolas negras fuesen de alquitrán y manchasen a todas las demás, aunque nos las cubran del todo.
Esto, creo, es lo que San Juan de la Cruz expresó en su punto 107 de amor:
«Toda la bondad que tenemos es prestada, y Dios la tiene por propia obra; Dios y su obra es Dios»